De Bicentenarios y Aprendizajes

 

Por María Gloria Trocello

En el imaginario colectivo las centurias juegan como demandas de reflexión. ¿Por qué el año 2010 será una fecha especial? Doscientos años no pueden – no deben- ser iguales a otros aniversarios y la explicación se encuentra en el plano simbólico, dado que la división del tiempo es un hecho estrictamente cultural. Salvo el hombre, los otros seres vivos desconocen en que año viven, y no entienden el poder simbólico del día domingo como diferenciador del resto de la semana. En efecto, las construcciones culturales que damos a la división del tiempo histórico sirven para organizar la vida en sociedad; y en este caso, por ser un tiempo de conmemorar, para “memorar con” otros. Es por ello que se le adjudica a los centenarios múltiples funciones, especialmente la de viabilizar la reflexión colectiva. Valga el ejemplo de los quinientos años del Descubrimiento que permitieron refutar los modos en que se fueron construyendo las legitimaciones históricas en América Latina.

Si el 25 de Mayo de 1810 fue un tañido que repicó en toda América del Sur ¿cuál será su repercusión después de doscientos años? ¿Qué tipo de ponderaciones se harán y cual será el aporte a la historia común?

En tal sentido, cabe tener presente que fue en Buenos Aires, en 1810, cuando se incorpora a nuestra historia nacional la visión moderna del mundo. En ese momento el principio ético de la acción política era la liberación de los pueblos que era acompañaba por la necesidad de la liberación de los individuos. Se había incorporado a la historia un acuerdo: la libertad individual era indisoluble de la liberación de los pueblos, y viceversa. Y para los hombre de Mayo la resolución era conjunta, pues si bien el fundamento de la Revolución de 1810 era la soberanía popular que tomaba como ejemplo a las Cortes de Cádiz, ya en la primera Asamblea Constituyente de 1813 se dictan las normas que contemplan libertad e igualdad de las personas, y tres años más tarde al trasladarse al Tucumán en 1816 proclaman la independencia de los pueblos.

Es decir que desde los primeros momentos de nuestra historia nacional, conviven – no siempre en buenos términos- dos tradiciones intelectuales: la vieja idea escolástica de reasunción de la soberanía y el liberalismo político con su aporte de reconocimiento de los derechos individuales, proveniente de la Revolución Francesa. En 1810, estas corrientes han sido representadas simbólicamente por Cornelio Saavedra y Mariano Moreno.

Entre los criollos del puerto de Buenos Aires, muchos de ellos educados en España, prosperaban las influencias liberales de los Borbones. Las minorías cultas contaban con el bagaje intelectual de la Ilustración. Hombres como Juan Baltasar Maciel y Manuel Belgrano empiezan a frecuentar las obras de los autores modernos, a ellos que se sumarían luego Juan José Castelli, Mariano Moreno, Nicolás Rodríguez Peña, Bernardo Monteagudo, que adherían a los principios del liberalismo económico y de los fisiócratas. No obstante ser los criollos cultos lectores directos de Rousseau, su educación religiosa influía para que predominara la moderación frente a la experiencia de los revolucionarios franceses. Creían con firmeza en la necesidad de una democracia orgánica de formato republicano, y por ello, al producirse las condiciones de posibilidad, fueron los que se apresuraron a llevar adelante en 1810 la Revolución de Mayo, primer paso hacia la independencia de España.

En el momento que las colonias inician cautelosamente el proceso de la independencia, se profundiza la tensión entre el puerto y los pueblos de interior que termina resolviéndose seis décadas después. En 1810 Buenos Aires, segura de su capacidad orientadora, orgullosa de su conducta y convencida de la validez universal de sus ideas, convoca a las restantes provincias del Río de la Plata a sumarse para independizar e institucionalizar el país. Los criollos porteños firmes en sus principios creían en una concepción rousseauniana del pueblo, al que no había otra necesidad que educar, para que se convenciera de que en su hermético sistema de principios estaba la más justa doctrina y la mejor organización institucional. El racionalismo había calado en sus creencias a través de los autores de la Ilustración y no sospechaban la influencia que había ejercido sobre los pueblos del interior el dogmatismo, el localismo y el recelo para con el poder de Buenos Aires. Esos pueblos compartían los ideales emancipadores y democráticos, sobre todo porque se sentían partícipes de una revolución que destruía a la clase dominante y que se sustentaba en el ideario de la soberanía popular, pero no participaban del bagaje doctrinario del liberalismo al que su pensamiento colonial no encontraba compatible; y sobre todo se oponían al centralismo político que proponía Buenos Aires, segura de su rol de “hermana mayor”.

Frente a estas incompatibilidades, las provincias del interior prefirieron obedecer la voz de los caudillos de su clase y de su misma formación espiritual. Cada una de ellas había generado nuevas formas de liderazgos que participaban de ciertos caracteres vagamente democráticos porque en efecto el caudillo exaltaba los ideales de su pueblo con la consigna de defenderlo e imponer su voluntad, pero en donde las prácticas autoritarias heredadas de la colonia habían calado profundamente. Se inicia así -en los albores de la formación institucional- una contraposición entre dos modelos de concebir lo político: la democracia formal de base republicana simbolizada en una Constitución y la informal basada en la soberanía popular y simbolizada por los caudillos.

Desde 1810 el país y el territorio se pulverizan en las luchas entre caudillos provinciales, delegando en el más poderoso -el de Buenos Aires- la representación de las relaciones exteriores. Las características de la fórmula institucional que se va a ir conformando es el resultado de un proceso de juegos de poder y la opción por un régimen político implicó la elección de determinados valores. Tres serán las corrientes que influyen en ese juego ideológico: a) el liberalismo y su aporte de respeto por los derechos del individuo, b) la doctrina de la soberanía popular de base comunitaria, reclamada por los que deseaban el predominio de las provincias, y c) el republicanismo que transita desde formatos aristocráticos hasta democráticos, como sistema de organización del Estado y regulación de la actividad política.

Finalmente se encuentra una fórmula institucional de convivencia al dictarse la Constitución de 1853: el liberalismo asegurará declaraciones de derechos y garantías para los individuos y el republicanismo aportará sus principios para el manejo de la cosa pública -aceptando de esta forma las ideas de base doctrinaria de los unitarios porteños- pero el formato de distribución territorial de los espacios de la dominación política será federal, receptando así el triunfo de la “soberanía popular” de los provincias del interior sobre Buenos Aires.

En esa “extraña sociedad ideológica” la institucionalidad republicana debe hacer realidad los “derechos de los pueblos” y los “derechos de los individuos”, y desde sus orígenes nuestras instituciones han tenido momentos de realizaciones, pero también desasosiegos y rupturas. Cuando rige el sistema democrático, el péndulo de nuestra historia se acerca o se aleja del sistema republicano por los diversos impulsos en los que colabora el liberalismo o el populismo. En estos vaivenes, por momentos el liberalismo se democratizó y en otros la democracia populista se liberalizó. En el siglo XX el crecimiento del Estado de bienestar significó el flujo del crecimiento popular, pero no tardaron las elites corruptas en asociarse al modelo neoliberal. Las claves doctrinarias del liberalismo se ajustaron a la globalización, para dar cobertura ideológica al capitalismo transnacionalizado. Abreva discursivamente en las ideas liberales clásicas para justificar el sistema económico - doctrinal del consenso de Washington”. Este modelo se impuso primero a través de los gobiernos militares y luego por medio de las políticas que en los 80 y los 90 se encargaron de aplicar a rajatabla el modelo cuyas consecuencias devastadoras resultan indubitables.

Caído el modelo neoliberal, el otro socio pareciera que en lugar de paños fríos a los golpes decide enseñorearse. El autoritarismo del hiperpresidencialismo es el mayor problemas de estas democracias delegativas, que no demandan rendición de cuentas a lso representantes. Recordemos que los populismo abrevan históricamente en la doctrina de la “soberanía popular” pues en Sudamérica el pasado mítico estaba representado por el gobierno indígena o su versión criolla, y el resultado debía ser la independencia. En los avatares de la historia latinoamericana l a soberanía popular fue pisoteada en demasía por el autoritarismo y el pretorianismo militar. Recuperada la institucionalidad democrática existen importantes avances que reconocen como ineludible la legitimidad de la ley y la erradicación de la violencia armada. Pero el aumento de la desigualdad hace que la estructura social se haya complejizado, generando, a la par de los pobres "históricos", nuevas formas de pobreza que generan un cuadro dramático en la región y consecuentemente poner en peligro sus instituciones. Ante este cuatro, la salida no parece ser más democracia y más república, sino que reaparecen los gobernantes mesiánicos que “saben lo que mejor” para el pueblo. La ideología sustentadora del populismo recurrirá a las significaciones del derecho de las mayorías, que son construidas simbólicamente mediante la movilización clientelar en actos masivos: “Si este no es el pueblo, el pueblo donde está” es la consigna, a golpe de bombo como forma de consenso con lo que el líder propone. El contar con el clamor popular en la plaza o los votos en las urnas, no pueden habilitar modalidades de ejercicio del poder fuera del control de la legalidad, sin embargo, son moneda corriente en todas las escalas de gobierno.

Lo más preocupante es que a pesar de todo ello, los que patrimonializan el Estado siguen ganando elecciones. Las múltiples causales de esta consecuencias negativas paa la democracia transitan desde la manipulación clientelar de los necesitados hasta el oportunismo político de los beneficiados por la prebenda. Todo esto conduce a sumar al desencanto desparticipativo de ya muchos – demasiados- ciudadanos que optan por no votar.

Muchos factores se conjugan para limar la democracia republicana en la América Latina. Ante los despojos del liberalismo de mercado pareciera que el péndulo se acerca demasiado hacia los populismos autoritarios. Si los bicentenarios convocan a la reflexión no podemos desperdiciar las lecciones de la historia.

Contenidos Nº 12 San Luis, Jueves 25 de Marzo de 2010

 

 

Gloria Trocello es abogada por la Universidad Nacional de Córdoba y Doctora en Política en el Departamento de Derecho por la Universidad Pablo Olavide en Sevilla. Es especialista en Administración Pública y Magíster en Análisis Institucional por la Universidad Nacional de San Luis.

Actualmente es profesora e investigadora de ciencias políticas en el Centro Universitario de Villa Mercedes (FICES) de la Universidad Nacional de San Luis.

Ha efectuado publicaciones en revistas nacionales e internacionales y ha dictado cursos y conferencias sobre temas de ciencia política como profesora invitada de la Universidad Nacional de Córdoba, Universidad Nacional del Nordeste UBA 21 y en las universidades españolas Pablo de Olavide (Sevilla) Universidad de Sevilla, Universidad del País Vasco, Universidad de Granada y Universidad de Salamanca.